jueves, 9 de enero de 2014

CARRERAS DELICTIVAS EN JOVENES AGRESORES SEXUALES

Jóvenes ofensores sexuales: incidencia y prevalencia

Un joven que realiza prácticas abusivas sexuales no tiene una definición simple, y no ha estado libre de discusión, ¿cómo diferenciar una conducta abusiva sexual, en niños/as, y jóvenes, de otras conductas sexualizadas de tipo exploratorias o simplemente inadecuadas? Un criterio que resulta útil es el que desarrolla Ryan y Lane (1991) quienes plantea que, para que una conducta sexual sea definida como abusiva debe contener tres grandes componentes, por un lado (1) que la conducta sexual se realice en contra de la voluntad de la víctima, (2) sin un consentimiento informado y claro de las consecuencias y conductas especificas asociadas a la petición sexual y que (3) se desarrolla de modo agresivo, bajo amenaza o utilizando mecanismos de manipulación. La definición apunta a una diferencia de poder físico, o de desarrollo maduracional o un diferencial de estatus que es
utilizado para alcanzar un objetivo de tipo sexual y en donde la víctima presenta una desventaja en las opciones para negarse, u oponer resistencia, sea de forma activa o pasiva.

En la actualidad en Chile existen pocos antecedentes concretos respecto de la incidencia y prevalencia de las ofensas sexuales de adolescentes hacia niños pequeños y pares, por lo que es común tener en consideración cifras y antecedentes internacionales para poder ponderar la magnitud del problema. Se habla de más de 3000 causas anuales en justicia juvenil asociadas a delitos sexuales por parte de jóvenes en Chile, pero las cifras tienen importantes dificultades metodológicas.
Al observar los datos internacionales, como por ejemplo las estadísticas penales  del  periodo  1997  (Home  office  1998)  para  Inglaterra  y  Gales,   del  total de las personas acusadas por delitos sexuales presentes en los registros oficiales (33.200),  de  los  cuales  6.400  fueron   declarados    culpables.  De  este  número, aproximadamente el 23 por ciento (1.500) tenían entre 10 años y menos de 21 años de edad. Otra fuente estadística con datos para el período 2000 - 2001 es
lo reportado por el F.B.I., a través de su The Uniform Crime Reports and National Incident - Based Reporting System(2001) que refleja únicamente los casos de violación y abuso más graves, dicho reporte identificó que el 12,4% de los delitos sexuales más graves fueron cometidos por jóvenes menores de 18 años. El mismo informe da cuenta que los delitos sexuales cometido por jóvenes en Estados Unidos han ido  disminuyendo  progresivamente,  pero  en  cambio  en  un  fenómeno  aún  no esclarecido, las acusaciones por ofensas sexuales cometidas por adolescentes menores de 13 años han ido incrementándose progresivamente desde el 4% en 1980 al 12% en 1997. (Office of juvenile justice and delinquency prevention1999) Si bien las estadísticas oficiales dan una referencia general, existe un significativo número de conductas agresivas sexuales hacia niños y niñas que quedan
dentro de la llamada “cifra negra”, se han ideado diferentes aproximaciones para tener una estimación más cercana del fenómeno más allá de los escuetos datos oficiales, de este modo, en un gran estudio retrospectivo desarrollado con adultos respecto de sus experiencias de abuso en la infancia, Finkelhor (1979) encontró que el 34 % de las mujeres y el 39 por ciento de los hombres recordaba haber tenido en su infancia una “relación” o “encuentro” sexual con alguien cinco o más años mayor, y que coincidía con los criterios clínicos para tipificar (dicha experiencia) de abuso sexual. En otro estudio Fromuth et al., 1991 y Ageton, 1983 sugieren que alrededor del 3 % del total de los adolescentes varones han cometido actos de abuso sexual, mientras que Abel et al., (1985) encontró que  aproximadamente  el  50  %  de  los  delincuentes  sexuales  adultos  reportó  a través de autoregistros que comenzaron su conducta ofensiva sexual durante sus años como adolescentes. Las mejores estimaciones desarrolladas por especialistas como Becker ,Kaplan, Cunningham Ratner y Kavoussi sugieren que el 20% de las violaciones y entre el 30% y 50 por ciento de los abusos sexuales es perpetrado por adolescentes hombres.
Teniendo en cuenta este tipo de resultados de la las investigaciones es posible presumir que entre un 25 y un 33 % del total de las agresiones sexuales a niños, niñas y grupo de pares involucra a jóvenes (sobre todo los adolescentes) en calidad de autores.

¿Cómo un joven llega a agredir sexualmente?

Dentro de las teorías que tienen más aceptación está el modelo traumatogénico de Finkelhor y Brown (1986) que entrega una mirada a los nefastos efectos del abuso sexual y el maltrato grave y cómo se organiza una dinámica que lleva a niños maltratados a abusar sexualmente de otros, como parte de la propia respuesta (traumática) a su experiencia de abuso. Para los modelos explicativos no criminógenos, la base de la concepción respecto a la etiología de la ofensa sexual juvenil es diferente, como plantea Venegas R. (2009) los chicos y chicas que cometen violencia sexual hacia sus pares presentarían un déficit de identidad narrativa, o en otras palabras la autoconstrucción de sí Mismos está mal adaptada a su ecología social, estos jóvenes carecerían de los conocimientos, actitudes y recursos necesarios para llevar una vida satisfactoria y para satisfacer sus necesidades pro sociales. y por ello, si bien, identifican los valores y bienes sociales a alcanzar (intimidad, afecto, poder), fallan en el camino para lograrlos.
Por otra parte, Skuse et al., (1997) trabajó en un modelo que intenta explicar la conducta abusiva independiente de la historia de victimización sexual, mediante el concepto de “factores de riesgo”, esto es, un agregado de variables independientes pero sumativas , que en su conjunto pueden llevar a la conducta agresiva sexual. Skuse identifica como factores ser víctima de violencia física; presenciar
actos de violencia física; falta de cuidado durante la infancia, presencia de rechazo familiar de su familia. Todo ello conjugado con un entorno que entrega posibilidades de agredir aumenta las probabilidades de gatillar una agresión sexual.

Caracterización de los jóvenes ofensores sexuales

Los jóvenes que agreden sexualmente presentan una gran diversidad tanto en el tipo de conducta agresiva que presentan, como en las características personales e históricas, por lo que no es fácil poder hacer una caracterización que pueda englobar a la totalidad de los jóvenes con prácticas abusivas. Las investigaciones respecto de las características de los jóvenes ofensores sexuales parecen reflejar que estos presentan una disminución en las habilidades sociales, aislamiento social y altas tasas de ansiedad social tal y como lo muestran los estudios de Shoor et al., (1966); Becker y Abel, (1985); Fehrenbach et al., (1986); Awad y Saunders, (1989). Además, Marshall (1989) ha sugerido que los problemas tempranos de apego emocional pueden contribuir a una incapacidad para establecer relaciones íntimas en la edad adulta y con ello la posterior baja autoestima y la soledad
emocional. Un conjunto de investigaciones dan cuenta que los jóvenes ofensores sexuales presentan dificultades escolares, Kahn y Chambers, (1991) en sus trabajos  reflejan  que  los  adolescentes  estudiados   presentaban  un  retraso  escolar promedio entre 2 y 3 años.

Respecto de sus propias historias de victimización sexual, O’Callaghan (1994) investigo sus historias, encontrando que entre un 25 % al 60% reconoce la condición de víctimas en la infancia. Una serie de estudios desarrollados por Ryan y Lane, (1997) también sugieren que las familias de estos jóvenes pueden tener una serie de dificultades en cuanto a su estabilidad y la dinámica intrafamiliar, siendo
las disfunciones familiares un aspecto destacado continuamente como parte constitutiva del perfil del origen del ofensor sexual adolescente.

En  el  caso  de  los  jóvenes  que  agreden  sexualmente  en  el  contexto  chileno nuestras investigaciones apuntan en un sentido similar Venegas R. (2009) en un análisis de 177 casos ingresados a Centro Trafun de la Corporación Paicabi plantea que un aspecto relevante corresponde a la clara diferenciación del porcentaje de ingreso asociado al sexo siendo el 97% de los sujetos hombres. Las edades promedio de ingreso se ubican entre los 10 a 13 años, encontrándose el 90% dentro del sistema escolar al momento del ingreso, pero con un retazo escolar de 1 a 2
años promedio. En relación con la agresión cometida, el 98,6% corresponde a abuso sexual y sólo el 3,2% es tipificado como violación. Respecto a la relación con la víctima el 100% de los jóvenes tienen relaciones de amistad, cercanía, parentesco o conocimiento cercano, alcanzando el 55,7% de los adolescentes un vínculo sanguíneo directo con la víctima. De los grupos familiares se distingue
que el 31,5 % son “familias nucleares”, el 24,2% “familias reconstruidas”, 18,9% “familias  uniparentales”,  12,6%  “familia  extensa”  y  el  12,6%  proceden  de  centros residenciales de SENAME (Servicio Nacional de Menores). En relación a las características familiares más relevantes nos encontramos que se sostiene un patrón familiar con la siguiente estructuración: a) Abuso sexual transgeneracional b) Violencia física y o psicológica actual o histórica c) Parentalización del joven
ofensor d) Consumo de drogas o alcohol por las figuras paternas e) Rigidez en los roles f) Vínculos simbióticos del adulto con el niño, y g) Familias multiproblemáticas, donde se observó más de una de estas características.
 
Jóvenes ofensores. ¿Futuros adultos agresores?

Un aspecto relevante y de continua discusión en el espacio público corresponde a las carreras delictivas de los jóvenes que agreden sexualmente a niños, niñas y pares. Una duda razonable por parte del público en general es si, chicos que ofenden sexualmente persisten en las conductas inadecuadas a lo largo de su historia vital. Lo que sabemos con base en los estudios retrospectivos con agresores sexuales adultos encarcelados es que un porcentaje significativo de ellos presentaban
sus primeras ofensas sexuales en la adolescencia. Sin embargo, existe evidencia controvertida respecto de si todos los jóvenes ofensores persisten en trayectorias criminógenas de carácter sexual, que se observa en los trabajos de Abel y Osborne (1992); Smallbone y Wortley (2004). Las investigaciones, basadas principalmente en estudios norteamericanos, sugieren, que la gran mayoría de estos adolescentes  no  progresan  en  el  proceso  delictivo  para  convertirse  en  adultos  agresores sexuales ATSA, (1997). No obstante, es un tema en pleno desarrollo donde la tendencia actual es considerar que más que “los jóvenes ofensores sexuales¨ como un todo, existe un subgrupo específico de jóvenes con importantes factores de riesgo de desarrollar trayectorias de agresiones sexuales de modo persistente a través de toda su vida. Al desarrollar estudios comparativos entre jóvenes ofensores y población no agresora sexual, se identifican un mayor número de conductas
antisociales en relación al grupo control.

En una investigación de seguimiento por más de 7 años luego de alcanzar la edad adulta a un grupo de 303 adolescentes ofensores sexuales Ian A. Nisbet, Peter H. Wilson, y Stephen W. Smallbone (2004) identificaron que el 61,3% de los sujetos recibieron condenas por delitos no sexuales en la edad adulta y 25 (9%) llegó a la policía por denuncias de presuntos delitos sexuales, de los cuales 14
(5%) recibieron condenas por estos delitos. En un interesante estudio prospectivo con 300 jóvenes agresores sexuales, quienes fueron seguidos por un período entre 3 y 6 años luego de alcanzar la edad adulta, Donna M. Vandiver (2006) encontró que tan sólo 13 de ellos fueron re arrestados por delitos sexuales, pero más de la mitad presentaban conflictos con la justicia por delitos no sexuales.
El estudio realizado por Rubinstein et al., (1993) siguiendo a jóvenes ofensores durante 9 años post ofensas y ya adultos arrojó una tasa del 37% y la reincidencia para delitos no sexuales en el mismo grupo vario el 35% a 54%. Las investigaciones realizadas por Sipe et al. (1988) encontraron que un 9,7% de164 jóvenes ofensores sexuales seguidos volvieron a cometer delitos sexuales.
Finalmente, un grupo de investigaciones organizadas en torno a la criminología del desarrollo o del ciclo de vida de la delincuencia entregan antecedentes relevantes respecto de la reincidencia sexual de adultos que iniciaron sus delitos sexuales en la adolescencia, así por ejemplo, la investigación de Kahn y Chambers (1991) y Rubinstein et al., (1993), mostró que entre el 8% y 37% de los sujetos estudiados volvían a delinquir sexualmente. Por su parte Smith y Monastersky, 1986; Rasmussen, (1999) plantea que entre el 35% a 54% de su muestra de estudio siguen con conductas delictivas, pero de carácter no sexual.

Si bien, falta bastante investigación al respecto, se estima con cierto consenso conservador que aproximadamente el 10% de todos los jóvenes que ofenden sexualmente  presentan  un  patrón  persistente  de  violencia  sexual  hacia  niños  y niñas en la vida adulta, lo que incluye agresiones sexuales intrafamiliares, incestos, abusos sexuales/violación a niños/as del entorno cercano y Explotación Sexual Infantil(ESCI). Sin ser excluyente, ni taxativo el estado de las investigaciones nos
dan cuenta que aquellos que pertenecerían a este 10% responde a alguno de los siguientes “perfiles” adolescentes.
a). Patrón de preferencias sexuales específicamente hacia niños y niñas: En algunos sujetos adolescentes es posible identificar rasgos tempranos de interés sexual persistente en niños y niñas prepuberes, con un patrón organizado de excitación sexual, fantasías, y conductas orientadas con relativa exclusividad hacia niños/as. Para este grupo de sujetos la definición de pedofilia puede no ser la más adecuada en tanto no se dan de manera completa los criterios requeridos en el DSM IV TR. Sin embargo, existe la posibilidad que el patrón sea sostenido en el tiempo y se complemente o enriquezca con otras parafilias y/o preferencias hebefílicas.
 
b). Patrón de apego inseguro: Marshall; Smallbone y Dadds, Ward, Hudson y otros investigadores, plantean que, desde una perspectiva de desarrollo, un patrón estable y fijado de apego inseguro puede reducir en el joven y en futuro adulto, las posibilidades de regulación emocional, aumentando la dificultades de interacción social, favorecer la soledad emocional, ampliando las dificultades de vinculación con pares del mismo sexo o del sexo opuesto. Además puede implicar una disminución de la capacidad de cortejo que conllevaría la búsqueda de la satisfacción de deseos sexuales en poblaciones que no opongan resistencia o sean fácilmente dominables, que no afecten su autoestima disminuida, con bajas expectativas sexuales como son los prepuberes. En investigaciones retrospectivas con adultos agresores sexuales de niños y niñas, se ha identificado de manera consistente la presencia de relaciones de apego inseguro, factores que también son identificados en jóvenes ofensores sexuales.

c). Desde el modelo de los factores de riesgo/protección: Existe un grupo de jóvenes que  presentarían  una  mayor  probabilidad  de  reincidencia  en  la  medida que un conjunto de factores son sostenidos a través del tiempo, entre estas variables destacan:

1.Intereses sexuales desviados: Los adolescentes que han ofendido sexualmente y quienes presentan interés sexual en niños/as preadolescentes con o sin violencia sexual presentan un incremento del riesgo de volver a cometer conductas agresivas sexuales. (Worling y Curwen, 2000)
.
2. Presencia de sanciones anteriores por ofensas sexuales: En un estudio retroactivo, se encontró que adolescentes con más de una condena por asalto sexual habían sido evaluados con un alto índice de probabilidad de agresión antes de su última ofensa (Schram et al., 1992).

3. Agresiones sexuales a más de una víctima: Rasmussen (1999) encontró que el número de asaltos a víctimas de género femenino aumenta la probabilidad de nuevas agresiones de carácter sexual. Langstroms (2002) y Worling (2002) de manera independiente, reportaron resultados similares en tanto que, adolescentes que habían cometido agresiones sexuales a varias víctimas presentaban una mayor probabilidad de ser encarcelados o sancionados por nuevos delitos sexuales.

4. Aislamiento social: Langström y Grann (2001) encontraron que los adolescentes con significativas limitaciones sociales presentaban tres veces más probabilidades de volver a ser condenados por delitos sexuales.

5. Presencia de tratamientos anteriores no finalizados: Existe un consistente número de estudios que revela que los jóvenes que no participan en ningún programa especializado de intervención frente a su agresión sexual tienen más probabilidad de reincidir que aquellos que sí han participado.

6. Ofensa  sexual  a  personas  desconocidas:  Smith  y  Monastersky  (1986)  y Langstrom (2002) llegaron al mismo resultado en tanto que la selección de  desconocidos  como  víctimas  estaba  moderadamente  asociado  con nuevas revictimizaciones.

d. Matriz de violencia: Epps (1997) detectó que los jóvenes sin supervisión de adultos, con acceso a pornografía y a potenciales víctimas incrementaban el riesgo de agredir sexualmente en comparación con otros adolescentes. Ross y Loss (1991) encontraron que los adolescentes con baja supervisión y
con acceso a potenciales víctimas presentaban más alto riesgo de reofensas
sexuales. 
 La  noción  de  joven  ofensor  sexual  esta  imbricada  en  su  génesis a una matriz de violencia más amplia que involucra al sistema familiar (experiencias de victimización de carácter físico, psicológico, negligencia, frialdad emocional), el sistema social (entregando justificaciones a las ofensas sexuales, patriarcado) y de grupo de pares (quienes pueden reforzar la conducta o las creencias erróneas respecto de los niños, las mujeres y su propia hombría y valía)
 
Discusión

Los datos existentes nos plantean que no es posible establecer una relación causal entre el joven que ejerce prácticas de agresión sexual y el riesgo de actuar como un futuro adulto agresor sexual, lo que hemos visto es que hay poca evidencia que permita proyectar que un joven que agrede tempranamente a niños y niñas puede entrar a una escalada de ofensas sexuales que cubra desde la juventud hasta la adultez. Lo anterior nos hace revisar los conceptos más popularmente conocidos
respecto de la naturaleza de las ofensas sexuales a niños y niñas. Como hemos comentado, el mayor porcentaje de responsables de dichas agresiones no corresponde, a la de un sujeto con una carrera criminal de delitos sexuales. Por el contrario, los datos existentes demuestran que los ofensores sexuales de niños y niñas corresponden a personas que no cuentan con significativos historiales de ofensas anteriores, sino que, en términos generales a figuras conocidas, padres, tíos, abuelos, quienes lejos de presentar patrones parafílicos, presentan historias de maltrato infantil, dinámicas familiares disfuncionales y presencia de significativas distorsiones cognitivas que permiten justificar y sostener la ofensas.

En relación al comercio sexual infantil es sostenible la misma situación, si bien el concepto de explotador sexual puede tener una serie de caracterizaciones diferentes, y su definición no está exenta de dificultades, pues involucran normas legales, tradiciones culturales y acepciones técnicas diferentes. Pero en general se considera al explotador sexual infantil como un sujeto que utiliza de manera indebida una gradiente de poder (físico, psicológico, social económico) sobre un niño o niñas (generalmente considerado como una persona menor de 18 años) para su beneficio o placer personal en el espacio sexual. El explotador sexual comercial infantil involucra a una persona que puede desarrollar indistintamente dos grandes dimensiones de conductas, por una parte, el que no teniendo contacto sexual directo  con  los  niños/as  los  utilizan  para  obtener  beneficios  económicos,  siendo ellos “intermediarios” que facilitan u organizan actividades y contextos donde adultos tienen interacción sexual con niños y niñas.

Por  otra,  implica  al  sujeto  que  directamente  accede  sexualmente  o  utiliza  a niños y/o niña para satisfacer un deseo sexual y que, aprovechando la gradiente  de poder a su favor realiza una transacción económica (en dinero, especies, u otra forma de “compensación” al niños o al intermediario) en el proceso. En ambos casos, si bien un grupo puede haber presentado una escalada de abuso sexuales, hay poca información para sostener que constituyan delincuentes sexuales seriales
o de carrera delictiva sexual.

Las investigaciones en este ámbito refuerzan la idea de estar delante de sujetos sin patologías psicológicas /psiquiátricas relevantes, pero que explotan sexualmente a niños/as sea por “factores económicos”, los niños y niñas son más “baratos”  dentro de la cadena de explotación en comparación con adultos/as a quienes pagar por servicios sexuales; “factores sanitarios” frente a la difundida falacia de la inmunidad de niños/as al VIH/SIDA o a otras enfermedades de transmisión sexual y “factores de intercambio” en la medida que el acceso sexual es parte de una tratativa no por dinero sino que, por protección, bienes y/o servicios a la familia del niño/a. En cada uno de estos casos nos encontramos con una enorme racionalización, justificaciones de diverso índole, construcciones de las relaciones de género patriarcales y una invisibilización de la diferencial de poder sobre el joven o niño.
Sin embargo, al menos en Chile, las características de los explotadores sexuales de niños, la construcción de perfiles criminales y su carrera criminógena se encuentra aún en fases iniciales de desarrollo. Estando muy alejados del conocimiento esperable para una temática de alto impacto ético y social.

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